
Alicante plaza: El fogonazo de Marián Ávila
Uno aprende con los años a ser pesimista. O más bien, que se es un pesimista. A mí me lo enseñó a golpes de carcajada mi amigo, el periodista Pablo Verdú. La letra, con risas entra.
El muy animal me explicaba que había una nueva camarera en un local que ya ha cerrado con grandes posibilidades de convertirse en una novela de mil páginas,en un disco conceptual, en una Venus de Botticelli escapada de los márgenes de un cuadro. Tras la descripción, vino el mazazo. «Una mujer así no te conviene», me dijo, «te haría feliz». Pablo siempre me ha dejado boquiabierto con sus réplicas marxistas, de Groucho, se entiende. Fue entonces cuando cobré constancia de mi tendencia al desánimo. Escuchar a Dylan o Tom Waits, idolatrar a Kubrick o Kaurismäki y adorar a Dostoievski hicieron el resto….